A Jesús Franco, Lina Romay y Soledad Miranda.
Años después, en 2009, no se sabe muy bien si porque la Academia de Cine quería hacerse la moderna o porque no se le había ocurrido nadie mejor a quien premiar, decidieron entregar a Jesús Franco un (merecido) Goya Honorífico elogiando su carrera artística. Pero, pese a este acto de supuesta aceptación colectiva y legitimación de su obra, las cosas no habían cambiado: era fácil deducir que la mitad de los que estaban en el auditorio habían visto una o ninguna película de Franco y que de esa mitad sólo un cuarto aplaudía sinceramente al homenajeado. Mientras, en los blogs de cine más insípidos (y más vistos) del país los lectores se echaban las manos a la cabeza preguntándose cómo un tipo que ha dirigido películas, según ellos, tan malas y risibles, podía conseguir una distinción así.
Seamos honestos: en casi doscientas películas cabe mucha basura y Jesús Franco hizo varias que sólo se pueden ver enteras tirando de avance rápido (pienso sobre todo en la etapa que comienza a finales de los 90, con títulos como Vampire Blues o Vampire Junction), otras que sólo satisfacen a los pornógrafos más curiosos y con mayor sentido del humor (El ojete de Lulú, Phollastía) y muchas otras rarezas a descubrir aparte de sus trabajos mejor considerados (Gritos en la noche, El secreto del Dr. Orloff, Las Vampiras…) que van desde el drama y la comedia costumbristas al gore puro, de la psicodelia pop al jazzístico detectivesco, rodadas en España, en Alemania o donde fuera, con Klaus Kinski, Christopher Lee o Antonio Mayans… Con todas sus irregularidades, el suyo es un cine rebelde, a veces adelantado a su tiempo (podríamos considerarle uno de los pioneros en España del hoy tan de moda cine low-cost), en ocasiones demasiado tosco e incluso aburrido, aunque también, qué duda cabe, siempre hipnótico y valiente.
Pero lo más importante de este hombre, aquello por lo que merece ser recordado y que siempre he considerado digno de rotunda admiración, es que nunca hubo nada, ni la falta de presupuesto, ni la censura franquista, ni el ninguneo de sus colegas, ni la fatídica Ley Miró, que pudiera detenerle ni que le hiciera desistir de su entrega total al cine, incluso en tiempos en los que ser moderno era delito y se castigaba con el exilio y el ostracismo. Jesús Franco ha sido, es, un nombre necesario en el cine español, ese que tanto se mira al ombligo y no siempre sabe distinguir lo perdurable, original y valiente de lo inane, manido y acomodaticio. La pérdida el pasado año de su musa y compañera, Lina Romay, fue un duro golpe del que se repuso como mejor sabía: seguir rodando. Y sólo ha parado de hacerlo cuando la muerte ha venido a buscarle a él.

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Texto revisado y ampliado, basado en el original publicado en Marzo de 2009 en el periódico Crónicas de un Pueblo.
ResponderEliminarLo de que Garci se ria de ti no deberia ser tan grave. En todo caso un piropo, viniendo de un cineasta tan aburrido y gris.
Tampoco es de esperar demasiados homenajes hacia el tito Jess, ya que su cine nunca fue plato de buen gusto para la critica o el sarao politico-artistico.
Hoy Jesus Franco se mea desde las alturas sobre esos criticos mientras contempla a dos diosas aladas dandose un buen magreo lesbico.
Ya, tienes razón, es un rancio riéndose de un moderno, con la peculiaridad de que el moderno es el más viejo de los dos.
EliminarMuy a favor de tu última frase. :)
Buena página la vuestra. Mi blog es: http://todocinemaniacos.com.
ResponderEliminarGracias. He visitado tu página y es interesante, aunque creo que deberías enlazar directamente las críticas que tomas de otras páginas (no basta con citar de dónde son, sino que estaría bien enlazarlas). Un saludo.
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