Retumbasagas Vol. 2: La jungla de cristal.
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Fue precisamente el éxito de Commando lo que, de manera finalmente indirecta, puso en marcha una serie de circunstancias que terminarían dando como resultado Jungla de cristal, primera entrega de una saga que sigue viva veinticinco años después y de la que nos vamos a ocupar hoy en Retumbarama con un intenso repaso. Porque aquí estamos muy a favor de las secuelas, de la acción, de John McClane y de su mítico Yippee ki-yay, motherfucker. Incluso de la quinta parte...
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Jungla de cristal (Die hard. John McTiernan, 1988) |
Viéndola desde esta perspectiva, es muy fácil entender por qué Jungla de cristal se convirtió en un éxito inmediato. Por un lado estaba el carisma arrollador de Bruce Willis, demostrando que era un actor versátil y que podía verse inmiscuido en escenas de verdadero peligro sin perder del todo la sonrisa. El guión de Jeb Stuart y Steven E. de Souza le regaló un personaje brillante, dispuesto a ironizar sobre su situación de héroe por accidente, mostrándose vulnerable a las heridas y tremendamente resolutivo a la hora de sortear peligros y sobrevivir al asedio de un grupo terrorista. Solo, descalzo, herido y semi-desarmado, John McClane era un tipo corriente en una situación extraordinaria. Un hombre que sólo pretendía recoger a su esposa para pasar con ella el día de Navidad e intentar salvar su matrimonio en crisis. Y eso era algo con lo que el público podía conectar de inmediato, sobre todo si el actor que lo interpretaba resultaba tan idóneo como Willis. También estaba el ya citado factor sorpresa: durante los primeros minutos de película, Willis no actuaba de manera muy distinta a como lo habría hecho su personaje en Luz de Luna, David Addison Jr., el típico caradura simpático que cae bien a todo el mundo y que siempre tiene una respuesta ingeniosa para todo. No cuesta mucho imaginar la entusiasta reacción del público de la época cuando vio a Willis empuñar por primera vez un arma de fuego y pudo comprobar que el tipo no sólo sabía contar chistes y encandilar a las damas, sino que también podía ejercer de action-hero de un modo tan convincente (o incluso más) que cualquiera de los que por aquella época se habían especializado en ello.
Pero otorgar el mérito del éxito de Jungla de cristal exclusivamente a Willis es algo injusto, ya que estamos ante uno de esos casos en los que todos y cada uno de los elementos que forman parte del conjunto están ejecutados a la perfección por un grupo de individuos en estado de gracia, tanto a niveles técnicos como artísticos (la fotografía de Jan de Bont, el montaje de John F. Link y Frank J. Urioste, la música de Michael Kamen...). La dirección de John McTiernan sólo puede calificarse de magistral, aprovechando el escenario reducido de manera inteligente y eficaz, conduciendo la película con un pulso impecable y dándole un ritmo perfecto a la narración, ajustándose a las necesidades de cada secuencia, tomándose su tiempo para para presentar a los personajes, para ponernos en situación y finalmente destapar el corcho de la acción planteando una serie de set-pieces ya antológicas que siguen resultando tan espectaculares hoy en día como hace veinticinco años. Y luego está Alan Rickman como el supervillano Hans Gruber, modelo para muchos malos que vendrían después, tan sofisticado como implacable, un hombre que, como el héroe, se sirve de su astucia antes que de sus puños para afrontar el peligro, y al que Rickman, en su primera película después de una vasta trayectoria como actor teatral y televisivo, supo aportar una elegancia y una credibilidad que contribuirían a hacer de Jungla de cristal lo que fue: una obra maestra del cine de acción.
Asistir al nacimiento de un mito del siglo XX que todavía sigue dando guerra dos décadas y media después. Y regocijarse en la aplastante perfección de la película.
Lo peor:
Nada.
En las entrevistas que Bruce Willis concedió durante la promoción de la primera Jungla de cristal, los periodistas ya se hacían eco sobre rumores de una secuela que ya estaría supuestamente en marcha. Así de rápido se dio luz verde a La jungla 2: Alerta roja, cuando en la 20th Century Fox se dieron cuenta de que tenían en sus manos una posible franquicia que había dado comienzo con un título alabado por la crítica y aplaudido por el público. Como John McTiernan estaba demasiado ocupado con La caza del Octubre Rojo (The hunt for the Red October. 1990), Joel Silver y Lawrence Gordon confiaron esta ambiciosa continuación en el talento del por entonces pujante Renny Harlin, quien acababa de convertir Pesadilla en Elm Street 4 (A nightmare on Elm Street 4: The Dream Master. 1988) en la más taquillera de la saga y que luego sería el responsable de diversas gozadas como la inmediata Las aventuras de Ford Fairlane (The adventures of Ford Fairlane. 1990), Máximo riesgo (Cliffhanger. 1993), Memoria letal (The long kiss goodnight. 1996) o Deep Blue Sea (Íd. 1999), antes de caer en desgracia con la entrada del nuevo milenio. Del guión se encargó de nuevo Steven E. de Souza, pero esta vez cambió a Jeb Stuart por Doug Richardson como compañero de fatigas para enfrentarse a la difícil tarea de superar el libreto presentado en la primera parte. Esta vez también se partió de un argumento ajeno, concretamente la novela 58 minutes de Walter Wager, ambientada en un aeropuerto azotado por una tormenta de nieve y por un individuo misterioso que ha saboteado la torre de control, creando una situación desesperada en la que los aviones están quedándose sin combustible en el aire mientras no pueden ver ninguna luz en la pista de aterrizaje. Con ese material como punto de partida, de Souza y Richardson introdujeron a John McClane como el tipo equivocado en el lugar equivocado en el momento más inoportuno... otra vez. Y, una vez más, tenía que enfrentarse a un grupo armado (en esta ocasión un comando de mercenarios que quieren liberar a un líder militar de Val Verde... el mismo país ficticio que se mencionaba en Commando), al mismo tiempo que intenta salvar a su esposa (quien viaja en uno de los aviones que están en peligro).
Con esa premisa, estaba claro que la originalidad no sería el punto fuerte de La jungla 2. Más bien al contrario, la película acusa su condición de producto oportunista llevado a cabo a toda prisa para aprovechar el éxito de la anterior aventura de McClane. Cambiando el Nakatomi Plaza por el aeropuerto de Washington, el esquema argumental es básicamente el mismo, solo que esta vez, al no existir ya el factor sorpresa, se decantaron por ampliar lo ya conocido y hacerlo todo más violento, más dinámico y más espectacular... y situándolo otra vez en Navidad, época del año en la que, curiosamente, transcurren algunas de las mejores cintas de acción. La jungla 2 es una película en la que muere mucha gente inocente para dejar bien claro que los villanos (que ahora son dos, Franco Nero y William Sadler... o tres, porque hay sorpresa) son mucho más malos y más peligrosos y despiadados que Hans Gruber y su pandilla de alemanes con pasión por el dinero. Y frente a ellos estaba un McClane más musculoso, más cómodo en su condición de héroe, con el mismo sentido del humor socarrón y el añadido de una habilidad creciente para desenvolverse en los momentos pirotécnicos, rodando por el suelo mientras dispara a los malos al más puro estilo Chow Yun-fat. Así, Bruce Willis se establecía definitivamente como uno de los valores más a tener en cuenta por género, dando la bienvenida a la década de los 90 con mucha pólvora y queroseno, pero sin perder del todo su interés por un tipo de cine menos comercial y, en ocasiones, menos convencional. Resultaba innegable que su McClane había cambiado y, pese a que seguía teniendo el aspecto de un tipo normal, ya podía reírse de su condición de gafe y jactarse también de su habilidad para sobrevivir a situaciones en las que un tipo corriente mordería el polvo. Un pequeño recordatorio para aquellos que se quejan de que las últimas dos entregas de la saga abusan demasiado de lo que ellos llaman "fantasmadas": en la primera parte McClane saltaba de una azotea atado con una manguera para incendios, descalzo, disparaba a una ventana y la atravesaba aprovechando la energía cinética de la caída y el movimiento pendular; en la segunda, se queda encerrado en un avión estrellado en la pista y los villanos le lanzan varias granadas dentro.. antes de que McClane se coloque en el asiento del piloto y salga eyectado de la cabina justo en el momento en el que todas explotan y se forme una nube de fuego bajo sus pies. Esto refuerza dos teorías: la primera, que los fans tienen muy poca memoria y tienden a ver defectos en películas actuales que, en el caso de tener que considerarlos defectos, ya tenían los títulos con los que se criaron; y la segunda, que si aceptamos estas set-pieces como "fantasmadas", la serie las ha tenido siempre en la medida que la tecnología existente en cada momento de producción de cada uno de los capítulos se lo ha permitido.
Pese a su condición de explotación temprana de un esquema que luego sería repetido hasta la saciedad (desembocando en largometrajes que se venderían directamente como "La Jungla de cristal en barco", "La jungla de cristal en avión", "La jungla de cristal en tren", etc.), o quizá precisamente debido a eso, esta Die harder (como se tituló en un primer momento) supuso un éxito sin paliativos que, si bien no logró convencer a la crítica de manera tan unánime, sí que contó con el apoyo de un público dispuesto a reír con los nuevos chistes de McClane y a ver cómo se las apañaba para salir de nuevo de una situación peliaguda. Se podría decir que los responsables de La jungla 2: Alerta roja tomaron todos los elementos que pensaban que habían gustado al público en la primera parte y los multiplicaron por dos. Pero, pese a ello, el visionado de esta secuela resulta en términos generales menos satisfactorio que el de la anterior, principalmente porque el factor sorpresa ya queda anulado y exige demasiada complicidad al espectador para aceptar la mala suerte (o buena, según se mire) del personaje.
Más fuego, más ruido, más violencia.
Lo peor:
Lo forzado de la premisa argumental.
Además de contar con toda la ciudad de Nueva York como campo de juego, Jungla de cristal: La venganza incorporó otra novedad importante en la que reincidirían los títulos posteriores de la saga: quizá debido a ese origen remoto como posible Arma letal 4, en esta tercera hazaña John McClane ya no estaría solo, sino que contaría con un compañero de aventuras en principio antagónico pero con quien termina entendiéndose a la perfección, hasta tal punto que ambos acaban colaborando en las secuencias de acción (sin que McClane deje de ser quien lleve la voz cantante en todo momento, eso sí). Samuel L. Jackson, por entonces muy de moda gracias a sus trabajos con Quentin Tarantino, encarnó a uno de los personajes más interesantes de la saga, un electricista llamado Zeus (buen chiste ese) que tenía que superar su animadversión por los blancos y trabajar codo con codo con uno de ellos para evitar que la Gran Manzana acabara volando por los aires. El villano volvería a tener esta vez acento europeo, ya que sería encarnado por Jeremy Irons. Y aquí tenemos un nuevo apunte que confirma que la saga siempre ha sido menos seria de lo que ahora muchos fans claman: Irons interpreta al hermano de Hans Gruber, el malo de la primera parte, de ahí que incluyeran la palabra "venganza" en el título de esta Jungla. Una solución argumental absolutamente descarada y gratuita que pretendía únicamente enlazar una película con otra y forzar la sensación de coherencia interna dentro de la serie. Por eso me hace mucha gracia ver las reacciones negativas que suscitaron las entregas posteriores a ésta, amparándose en la idea de que no parecían formar parte de la saga y que podrían haber llevado cualquier otro título y ser protagonizadas por cualquier otro personaje interpretado por Bruce Willis. Pues bien, eso mismo ya podría decirse de Jungla de cristal: La venganza, y si no se dice más a menudo es porque muchos la vimos cuando éramos todavía adolescentes y el factor nostalgia impide a cierto sector del público achacarle a esta cinta lo mismo que se le reprocha a La jungla 4.0 y a La jungla: Un buen día para morir.
Más detalles de esta continuidad forzada los tenemos en la ausencia de Bonnie Bedelia como Holly Gennero, la ya ex-esposa de McClane, a pesar de que se sigue haciendo mención a su personaje y hay una subtrama en la que el héroe no consigue hablar con ella por teléfono para intentar una nueva reconciliación. Tampoco aparece ya Reginald VelJohnson como el Sargento Al Powell (con un papel importante en la primera parte y una aparición estelar en la segunda), ni William Atherton como el odioso periodista Richard Thornburg (que también estaba en la uno y la dos). Jonathan Hensleigh se ve obligado a insertar en el guión algunas líneas que expliquen lo que ocurrió en el Nakatomi Plaza y que conecten esa trama con el personaje interpretado por Irons, si bien luego resulta que lo de la venganza no era más que una manera de despistar a la policía, ya que su plan final tenía un interés puramente económico y no personal. Por todo esto, si vamos a ponernos exquisitos a la hora de discutir sobre la continuidad de la saga, casi podríamos afirmar que sólo las dos primeras partes guardaban una coherencia total a niveles visuales, argumentales y estructurales, mientras que con la tercera parte se produjo una brecha a partir de la cual comenzarían a utilizarse argumentos intercambiables con otras películas, cintas de acción que podrían haber estado protagonizadas por otros actores y otros personajes y que seguirían teniendo sus mismas virtudes y sus mismos defectos, si bien es cierto que el carisma de McClane seguiría siendo la mayor (y a la postre, única) herramienta cohesiva de la saga.
De cualquier manera, dejando a un lado ya esta teoría rupturista de la serie, Jungla de cristal: La venganza debe ser recordada como una de las últimas grandes películas de acción de los años 90 y, por tanto, de la historia del cine (del mismo modo que lo fueron Jungla de cristal y La jungla 2: Alerta roja). Esta relectura del mito de las doce pruebas de Hércules cruzada con el high concept de Speed (Íd. Jan de Bont, 1994), la fijación pirómana de Volar por los aires (Blown away. Stephen Hopkins, 1994) y la perversión lúdica del Scorpio de Harry el sucio (Dirty Harry. Don Siegel, 1971), propone un viaje imparable al espectador, una carrera contrarreloj en la que McClane y Zeus deben sudar la gota gorda para evitar que una ciudad plagada de bombas acabe en llamas y llena de cadáveres. Eso sin tener en cuenta, claro, el caos que los protagonistas van desatando por las calles, edificios y carreteras, poniendo en riesgo la vida de otros inocentes que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino. Pero, eh, así es el cine de acción al que se adscribe esta Jungla de cristal: La venganza: escasamente sofisticado y absolutamente destrozón y enérgico. Lástima que el tercer acto resulte tan apresurado y postizo. Pero esto se debe a un cambio de última hora que exigió la 20th Century Fox: originalmente, el clímax final de la película era el del barco; una vez que los protagonistas se salvaban, la acción daba un salto de varios meses y nos presentaba un epílogo en el que McClane encontraba en un país europeo al malvado Simon. Allí el héroe le proponía un juego a su némesis y Simon acababa con el estómago perforado por un pequeño cohete. La Fox consideró que ese final resultaba incómodo y que daba una imagen demasiado oscura de McClane, por lo que McTiernan se vio en la obligación de rodar un nuevo desenlace más convencional y que acabó resultando bastante inocuo y decepcionante, culminando en el momento Yippee ki-yay menos excitante de la saga. Además, rompiendo con el tradicional miedo a volar de McClane, ya que durante el mismo el héroe se subía a un helicóptero sin aparentes problemas (esto fue explicado más tarde en la cuarta parte, cuando McClane decía que había tomado algunas lecciones de vuelo para vencer esa fobia). Un broche final bastante amargo para una cinta cuyos primeros cien minutos son oro puro, como los lingotes que el malogrado Simon quería llevarse como botín.
Más detalles de esta continuidad forzada los tenemos en la ausencia de Bonnie Bedelia como Holly Gennero, la ya ex-esposa de McClane, a pesar de que se sigue haciendo mención a su personaje y hay una subtrama en la que el héroe no consigue hablar con ella por teléfono para intentar una nueva reconciliación. Tampoco aparece ya Reginald VelJohnson como el Sargento Al Powell (con un papel importante en la primera parte y una aparición estelar en la segunda), ni William Atherton como el odioso periodista Richard Thornburg (que también estaba en la uno y la dos). Jonathan Hensleigh se ve obligado a insertar en el guión algunas líneas que expliquen lo que ocurrió en el Nakatomi Plaza y que conecten esa trama con el personaje interpretado por Irons, si bien luego resulta que lo de la venganza no era más que una manera de despistar a la policía, ya que su plan final tenía un interés puramente económico y no personal. Por todo esto, si vamos a ponernos exquisitos a la hora de discutir sobre la continuidad de la saga, casi podríamos afirmar que sólo las dos primeras partes guardaban una coherencia total a niveles visuales, argumentales y estructurales, mientras que con la tercera parte se produjo una brecha a partir de la cual comenzarían a utilizarse argumentos intercambiables con otras películas, cintas de acción que podrían haber estado protagonizadas por otros actores y otros personajes y que seguirían teniendo sus mismas virtudes y sus mismos defectos, si bien es cierto que el carisma de McClane seguiría siendo la mayor (y a la postre, única) herramienta cohesiva de la saga.
De cualquier manera, dejando a un lado ya esta teoría rupturista de la serie, Jungla de cristal: La venganza debe ser recordada como una de las últimas grandes películas de acción de los años 90 y, por tanto, de la historia del cine (del mismo modo que lo fueron Jungla de cristal y La jungla 2: Alerta roja). Esta relectura del mito de las doce pruebas de Hércules cruzada con el high concept de Speed (Íd. Jan de Bont, 1994), la fijación pirómana de Volar por los aires (Blown away. Stephen Hopkins, 1994) y la perversión lúdica del Scorpio de Harry el sucio (Dirty Harry. Don Siegel, 1971), propone un viaje imparable al espectador, una carrera contrarreloj en la que McClane y Zeus deben sudar la gota gorda para evitar que una ciudad plagada de bombas acabe en llamas y llena de cadáveres. Eso sin tener en cuenta, claro, el caos que los protagonistas van desatando por las calles, edificios y carreteras, poniendo en riesgo la vida de otros inocentes que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino. Pero, eh, así es el cine de acción al que se adscribe esta Jungla de cristal: La venganza: escasamente sofisticado y absolutamente destrozón y enérgico. Lástima que el tercer acto resulte tan apresurado y postizo. Pero esto se debe a un cambio de última hora que exigió la 20th Century Fox: originalmente, el clímax final de la película era el del barco; una vez que los protagonistas se salvaban, la acción daba un salto de varios meses y nos presentaba un epílogo en el que McClane encontraba en un país europeo al malvado Simon. Allí el héroe le proponía un juego a su némesis y Simon acababa con el estómago perforado por un pequeño cohete. La Fox consideró que ese final resultaba incómodo y que daba una imagen demasiado oscura de McClane, por lo que McTiernan se vio en la obligación de rodar un nuevo desenlace más convencional y que acabó resultando bastante inocuo y decepcionante, culminando en el momento Yippee ki-yay menos excitante de la saga. Además, rompiendo con el tradicional miedo a volar de McClane, ya que durante el mismo el héroe se subía a un helicóptero sin aparentes problemas (esto fue explicado más tarde en la cuarta parte, cuando McClane decía que había tomado algunas lecciones de vuelo para vencer esa fobia). Un broche final bastante amargo para una cinta cuyos primeros cien minutos son oro puro, como los lingotes que el malogrado Simon quería llevarse como botín.
La fuerza con la que arranca y la manera en la que mantiene esa energía durante buena parte del metraje.
Lo peor:
Los problemas del tercer acto, con varios finales y un clímax decepcionante.
En el momento de su estreno, La jungla 4.0 fue vapuleada por muchos de los que años atrás habían aplaudido con furor las anteriores entregas de la franquicia. Esto se debió principalmente a dos factores: primero, la pérdida de fisicidad de la saga a favor de una espectacularidad basada en los efectos visuales generados por ordenador; segundo, una acusada falta de violencia en comparación con las cintas previas que se extendía hasta la pronunciación de la mítica frase "Yippee Ki-Yay, motherfucker", de la que se camufló el insulto final con el sonido de un disparo. El primer factor venía marcado por el acabado visual que Wiseman deseaba dar a la película, y que recogía la influencia de la propia base argumental: la idea era presentar a un tipo duro de los 80 y 90 en un entorno hiper-tecnificado propio del nuevo milenio, generándose una curiosa dicotomía metalingüística en la que teníamos a un héroe del cine de acción clásico luchando en pantalla contra unos villanos que pertenecían al cine de acción de nuevo cuño. Así, el policía más resistente de la historia del género tenía que vérselas esta vez con piratas informáticos (liderados por el sosísimo Timothy Olyphant, sin duda el peor villano de la saga), una experta en artes marciales (la deliciosa Maggie Q) y un especialista en parkour (John Tones Cyril Raffaelli), contando sólo con la ayuda del joven hacker y de su amigo Warlock (El Brujo), interpretado por Kevin Smith. Todo esto no fue visto con buenos ojos por gran parte de los fans pero, a tenor de la recaudación lograda por la película, parece que no molestó demasiado a las nuevas generaciones ni a los espectadores casuales. En el caso de la violencia rebajada y la calificación "PG-13", se trató de una imposición de la 20th Century Fox con la que pretendía conseguir que los adolescentes pudieran entrar en los cines sin la necesidad de ser acompañados por ningún adulto, lo cual sería imposible si se hubiese mantenido la "R" que poseían el resto de entregas de la serie (incluyendo la que vendría a posteriori). En cualquier caso, la versión estrenada después en DVD y Blu-Ray recuperaba algo de la violencia original y, a no ser que nos obsesionáramos con el tema mientras la veíamos, no resultaba demasiado difícil disfrutar la película sin tener que fijarnos constantemente en los detalles hemoglobínicos (o la falta de los mismos).
Por lo que a mí respecta, La jungla 4.0 sigue siendo un producto disfrutable pese a este cambio de tono, un experimento dentro de la serie que ponía las cosas difíciles a los integristas y dejaba el camino del disfrute abierto a los espectadores menos anclados en la tradición. Una tradición, dicho sea de paso, de la que no reniega del todo (pese a lo que afirman muchos fans), sino que se sirve de ella para potenciar la sensación de que McClane, una vez acostumbrado a sobrevivir a las amenazas del antiguo cine de acción, vuelve a sentirse desprotegido ante las que le propone el cine de acción moderno. En cuanto a los que opinan que el clímax final con McClane subido en las alas de un caza es demasiado y que está fuera de lugar, les pido que repasen lo que he dicho unos párrafos más arriba a propósito de las manidas "fantasmadas" y entenderán por qué a mí no me parece que la idea sea tan descabellada. Puede que La jungla 4.0 no sea tan brillante como las demás, que tenga unos villanos que no están a la altura del carisma de McClane, que su argumento no presente una amenaza realmente clara y que a veces dé la sensación de que la historia parte de la travesura de unos críos pijos después de una rabieta infantil, pero no me parece en absoluto una mala película de acción ni mucho menos un producto desdeñable desde un punto de vista puramente lúdico y espectacular, aspectos en los que resulta bastante satisfactoria. Pese a todo, los palos a la serie comenzaron a llegar en cantidades industriales y parece ser que ya no había vuelta atrás, a tenor de lo que ha sucedido con la recepción de la quinta parte, odiada por casi todo el mundo, a veces con razones de peso, pero otras... no.
Por lo que a mí respecta, La jungla 4.0 sigue siendo un producto disfrutable pese a este cambio de tono, un experimento dentro de la serie que ponía las cosas difíciles a los integristas y dejaba el camino del disfrute abierto a los espectadores menos anclados en la tradición. Una tradición, dicho sea de paso, de la que no reniega del todo (pese a lo que afirman muchos fans), sino que se sirve de ella para potenciar la sensación de que McClane, una vez acostumbrado a sobrevivir a las amenazas del antiguo cine de acción, vuelve a sentirse desprotegido ante las que le propone el cine de acción moderno. En cuanto a los que opinan que el clímax final con McClane subido en las alas de un caza es demasiado y que está fuera de lugar, les pido que repasen lo que he dicho unos párrafos más arriba a propósito de las manidas "fantasmadas" y entenderán por qué a mí no me parece que la idea sea tan descabellada. Puede que La jungla 4.0 no sea tan brillante como las demás, que tenga unos villanos que no están a la altura del carisma de McClane, que su argumento no presente una amenaza realmente clara y que a veces dé la sensación de que la historia parte de la travesura de unos críos pijos después de una rabieta infantil, pero no me parece en absoluto una mala película de acción ni mucho menos un producto desdeñable desde un punto de vista puramente lúdico y espectacular, aspectos en los que resulta bastante satisfactoria. Pese a todo, los palos a la serie comenzaron a llegar en cantidades industriales y parece ser que ya no había vuelta atrás, a tenor de lo que ha sucedido con la recepción de la quinta parte, odiada por casi todo el mundo, a veces con razones de peso, pero otras... no.
La incuestionable espectacularidad de la mayoría de sus set-pieces.
Lo peor:
El villano principal no da la talla y la amenaza que presenta no parece un asunto de la incumbencia de McClane... hasta que su hija es secuestrada.
Bruce Willis, como ya he dicho antes, había manifestado su interés en repetir con Len Wiseman como director, pero al encontrarse este demasiado ocupado con su versión de Desafío total (Total Recall. 2012), la Fox recurrió a uno de sus hombres de confianza, John Moore. La carrera de Moore no es precisamente memorable, y quizá eso añadió puntos extra al odio que ha tenido que soportar esta secuela desde antes de empezar a filmarse. Pero, por mucho que podamos echar de menos la mano de un director con más energía como John McTiernan o Renny Harlin, el funcional trabajo de Moore se ajusta bien a una película que no pretende inventar la pólvora, sino simplemente prenderle fuego... mucho y muy fuerte. Y aquí estaría, creo yo, la clave por la que esta cinta está siendo tan injustamente vilipendiada: al contrario que los cuatro primeros capítulos, este Die hard 5 no es más que una apañada serie b de acción pura y dura, sin complicaciones, sin ambiciones artísticas, sin la voluntad de convertirse en el blockbuster del año, ni de pasar a la Historia. Y esto es algo que ha cabreado mucho a los fans, que han pretendido comparar esta cinta midiéndola por el mismo rasero que las demás, cuando sus intenciones y sus formas no pueden distar más de ellas. Hay varias pruebas que refuerzan mi teoría y que voy a explicar a continuación. Para empezar, no se ha estrenado en verano, que es cuando se suelen lanzar por norma general estas películas y fue la estación en la que debutaron en taquilla las otra cuatro partes de la saga. Apuesto a que esto se debe a que la Fox ha sido plenamente consciente de que tenía entre manos una cinta más modesta que sus posibles competidoras estivales y ha preferido no condenarla a competir con ellas. También está el hecho de que, por primera vez, una película protagonizada por John McClane está filmada en el formato 1.85:1, mucho menos cinematográfico que el tradicional 2.35:1 con el que fueron realizadas las otras. Aunque, a decir verdad, lo que ha motivado este cambio también puede haber sido el hecho de que se vaya a estrenar en algunas salas IMAX, que no admite el formato ancho. Pero, en cualquier caso, la falta de una versión en 2.35:1 me parece algo bastante significativo. Después está el tema de la duración: mientras que las demás rondaban (o incluso sobrepasaban) las dos horas de metraje, ahora nos conformamos con unos escasos noventa minutos que evidencian que la historia no daba para demasiado desarrollo y que la intención era que primara la acción sobre el argumento.
Todo esto nos lleva a pensar que, pese a su presupuesto de más de 90 millones de dólares, pese a haberse estrenado en 2013 y pese a pertenecer a una saga mítica, La jungla: Un buen día para morir no anda muy lejos de las producciones actuales de la Millennium o de su predecesora espiritual, la Cannon. Porque, en esencia, esta nueva Die hard no difiere mucho de aquellas producciones en las que Michael Dudikoff o Chuck Norris viajaban a algún país tercermundista y lo ponían patas arriba. Y esa es la clave para poder disfrutarla, del mismo modo que era requisito indispensable para poder apreciar en su justa medida un título tan elemental como Los Mercenarios 2 (The Expendables 2. Simon West, 2012). Al igual que ocurría en aquélla, La jungla 5 apenas tiene guión y todo se reduce a ir encadenando una set-piece con otra. Pero esto, más que suponer un escollo para el disfrute de la película, debería ser entendido como una de las características del tipo de cine al que parece querer homenajear. Un back to basics que sólo puede ser disfrutado por los que consigan olvidarse por un momento de las excelencias de las otras Junglas (con momentos más afortunados que otros en su conjunto, por supuesto) y acepten la condición de miniatura juguetona y macarra de esta quinta entrega. No voy a ser tan bondadoso como para no reconocer que la cinta ganaría mucho con una historia más trabajada. De la misma manera, también echo en falta villanos con mayor entidad (aquí, de hecho, uno no sabe quién es el malo hasta que se produce un giro de guión llegando ya casi al final). Y acepto que a algunos no les haga demasiada gracia que Willis comparta casi todo su tiempo en pantalla con Jai Courtney (aunque creo que se equivocan los que opinan que Courtney es el verdadero protagonista, ya que la historia está contada a través de John McClane y no de su hijo Jack). Pero estoy dispuesto a perdonarle estos defectos a una película en la que las escenas de acción se entienden bien, en la que los efectos digitales se usan lo menos posible a no ser que sean estrictamente necesarios y que posee uno de los mejores clímax finales de toda la serie. La jungla: un buen día para morir no aspira nunca a ser una obra maestra o a convertirse en un punto álgido de la saga. Simplemente pretende ser, y de hecho lo es, una modesta y sencilla película para aquellos espectadores que echan de menos la acción más básica de la vieja escuela y que, cuidado, reprocharon a la cuarta parte que no se ajustara a esos preceptos. Que muchos de los proclamados seguidores de la acción clásica le estén dando la espalda a una cinta que sólo ellos podrían llegar a entender en su justa medida es algo que escapa a mi comprensión y que hace que me entren ganas de dedicarles un "Yippee ki-yay, motherfuckers!".
Todo esto nos lleva a pensar que, pese a su presupuesto de más de 90 millones de dólares, pese a haberse estrenado en 2013 y pese a pertenecer a una saga mítica, La jungla: Un buen día para morir no anda muy lejos de las producciones actuales de la Millennium o de su predecesora espiritual, la Cannon. Porque, en esencia, esta nueva Die hard no difiere mucho de aquellas producciones en las que Michael Dudikoff o Chuck Norris viajaban a algún país tercermundista y lo ponían patas arriba. Y esa es la clave para poder disfrutarla, del mismo modo que era requisito indispensable para poder apreciar en su justa medida un título tan elemental como Los Mercenarios 2 (The Expendables 2. Simon West, 2012). Al igual que ocurría en aquélla, La jungla 5 apenas tiene guión y todo se reduce a ir encadenando una set-piece con otra. Pero esto, más que suponer un escollo para el disfrute de la película, debería ser entendido como una de las características del tipo de cine al que parece querer homenajear. Un back to basics que sólo puede ser disfrutado por los que consigan olvidarse por un momento de las excelencias de las otras Junglas (con momentos más afortunados que otros en su conjunto, por supuesto) y acepten la condición de miniatura juguetona y macarra de esta quinta entrega. No voy a ser tan bondadoso como para no reconocer que la cinta ganaría mucho con una historia más trabajada. De la misma manera, también echo en falta villanos con mayor entidad (aquí, de hecho, uno no sabe quién es el malo hasta que se produce un giro de guión llegando ya casi al final). Y acepto que a algunos no les haga demasiada gracia que Willis comparta casi todo su tiempo en pantalla con Jai Courtney (aunque creo que se equivocan los que opinan que Courtney es el verdadero protagonista, ya que la historia está contada a través de John McClane y no de su hijo Jack). Pero estoy dispuesto a perdonarle estos defectos a una película en la que las escenas de acción se entienden bien, en la que los efectos digitales se usan lo menos posible a no ser que sean estrictamente necesarios y que posee uno de los mejores clímax finales de toda la serie. La jungla: un buen día para morir no aspira nunca a ser una obra maestra o a convertirse en un punto álgido de la saga. Simplemente pretende ser, y de hecho lo es, una modesta y sencilla película para aquellos espectadores que echan de menos la acción más básica de la vieja escuela y que, cuidado, reprocharon a la cuarta parte que no se ajustara a esos preceptos. Que muchos de los proclamados seguidores de la acción clásica le estén dando la espalda a una cinta que sólo ellos podrían llegar a entender en su justa medida es algo que escapa a mi comprensión y que hace que me entren ganas de dedicarles un "Yippee ki-yay, motherfuckers!".
La fisicidad de sus escenas de acción, especialmente dos: la persecución inicial y la explosiva confrontación final ambientada en Chernobyl.
Lo peor:
Su modestia ha hecho que sea maltratada por los mismos que otrora aplaudieron las frases lapidarias de McClane, despertando un odio desproporcionado e injusto.
Valoración:
__________________________________________________________________________
Y hasta aquí el repaso a una de mis Retumbasagas favoritas. Si habéis llegado hasta aquí, un millón de gracias por leer un texto tan largo. Si os ha gustado, a cambio sólo os pido dos favores: comentadlo y compartidlo. Interactuad con el artículo y decidme: ¿Cuál es vuestra Jungla de cristal favorita?
John McTiernan se confirmó como un buen director de películas de acción tras la carismática (y una de mis favoritas películas de siempre) "Predator". La Jungla de Cristal 1 creo que es la máxima exponente de la saga pero aun así, alegra que continue a lo largo de las generaciones. Por cierto, a quien se le ocurrió poner "La JUngla de Cristal" en vez de "Muere fuerte" o algún derivado... malditas traducciones españolas jaja.
ResponderEliminarGran reportaje Pedro! Saludos!
Gracias, Carlos. Supongo que lo del título no parecía tan descabellado en su momento cuando los encargados de traducir el nombre de la película la vieron. ¿Quién podría haber imaginado que se iban a hacer cuatro partes más y que el resto ya no estarían ambientadas en rascacielos llenos de ventanas?
EliminarMi favorita es la primera.
ResponderEliminar¿Y de las secuelas?
EliminarSupongo que la favorita de casi todos será la primera parte, no sólo por haber llegado primero sino porque, honestamente, creo que es la mejor.
A mí el nombre español me gusta muchísimo más que el yanki. Es un nombre bello.
ResponderEliminarA mí también me gusta y básicamente McClane siempre se está moviendo en jungla, siempre es el hombre contra los elementos, el héroe contra lo que sea.
EliminarMenudo post más generoso y más bien escrito. Tu entusiasmo es contagioso. Esta semana cae la saga entera. Otra vez.
ResponderEliminarPor cierto, no estás solo. Yo he disfrutado también con la quinta. Un saludo.
Mil gracias, Srdani. Varios amigos del facebook me han dicho lo mismo, que después de leer el post van a ver de nuevo la saga. Eso me hace feliz, porque veo que no sólo ha gustado el artículo sino que encima ha servido para algo.
EliminarA ver si van saliendo más defensores de la quinta como nosotros y se pronuncian. Un saludo.
Por cierto, esto va para todos: si os gusta el post, por favor, compartid el enlace en redes sociales, foros, etc.
ResponderEliminarA ver si entre todos conseguimos que Retumbarama consiga algo más de repercusión, que falta le hace.
¡Gracias!
Y se hizo la luz! Pensaba que estaba solo ;). Lo bueno de esto, es que fui al cine a ver esta quinta parte habiendo leído toda la crítica negativa (sólo hay que ver las críticas de Filmaffinity). Y cuando salí, a parte de pensar en expresiones peyorativas hacia toda esa plebe, caí en que vivimos en una etapa de pelis como Transformers e influenciados por críticos profesionales cada vez más viejunos y admiradores de Amor, la última de Haneke. Esta quinta me pareció genial, es más, puede que me inflen pero a mi John Moore no me parece tan horrendo como director como lo pintan. No hace falta que te felicite por el post, se ve a leguas que es cojonudo. Un saludo! Ah, Pedro si quieres hacemos un trato jaja, te enlazo en mi blog y tu me indicas en tu sección de enlaces. Tampoco es que tenga mucho seguidor pero a lo mejor alguien se pierde por la web y nos encuentra. Un saludete!
ResponderEliminarBueno, pues poco a poco van saliendo más defensores. ¡Así me gusta!
EliminarNo te fíes nunca de las críticas de Filmaffinity. Por lo menos mi criterio suele discernir bastante de lo que se lee por allí, y me temo que el tuyo también, así que ni caso.
Gracias por la (no) felicitación, jeje. Y ya te he enlazado.
¡Un saludo!